Lucha interna.








Aquellas manecillas tintineaban de tal manera que mis oídos rogaban que el tiempo se parase, que nada siguiera, por al menos dos minutos. Pero todo seguía. Tic Tac, Tic Tac. Lo más lógico hubiera sido apagar el reloj, o quizá romperlo, ¿no es así? Pero para mí aquel acto destructivo significaba perder. Perder la batalla del segundero. Una vez que lo lees te sientes ridículo, "la batalla del segundero". Cualquiera me tomaría por psicópata o transtornada mental, pero yo pienso que hay más estúpideces en "El guardián entre el centeno" y nadie dice nada. Podría escribir un best seller y me haría millonaría. Y compraría un reloj silencioso. Pero si tuviera uno de esos que no hacen ruído, no tendría con qué luchar. Ya he batido a la pintura, a los tonos pasteles y más temas decorativos. También me enfrenté a la batidora y sus salpicaduras.
En fin, todo está en el trastero. Sólo queda el papel pintado , un sombrero que él me había regalado y el reloj de pared. Creo que en breves también lucharé conmigo misma.


Porque al final, todo acaba en el rastrero, él ya está allí.

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